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sábado, 27 de marzo de 2010

El orden

Patio de parras - El orden
Del fatigoso trabajo de poner las cosas en orden, Catalina Zubiría hizo su profesión. Era muy chica cuando la botella siempre vacía de su padre la empujó a las casas de familia para poder mantener a sus hermanitos. Y comprar más y peor vino para su padre para que los golpease un poco menos.

Lo primero que le dijeron es que ponga las cosas en orden en el cuartito del fondo, y así se ganó su primera platita, como ella decía. La casa era antigua, de esas de techos altos, pisos ajedrezados, patines de lana para el piso de madera y chicas que vienen una vez por semana para ayudar a la señora a mantener todo limpio en semejante caserón, que ya quedó un poco grande desde que los chicos se fueron: la hija menor, bien casada al Canadá con un odontólogo más bueno que no se qué, la otra, bueno, tuvo un problemita de salud y el varón que se fue a Buenos Aires a estudiar, consiguió un trabajito en un estudio jurídico y se quedó allá, vive con un amigo, de vez en cuando llama por teléfono.La del problemita de salud, en realidad estaba presa en Mar del Plata por matar a un tipo del que se encontraron partes del cuerpo en la playita de la laguna comido por la fauna. En algo raro andaba. Pueblo chico.

Ordenemos (diría Cata). El asunto es que la mandaron a ordenar el cuartito del fondo. Caminó por la galería sombreada por la parra, luego por unas baldosas como torpes miguitas gigantes puestas mas o menos graciosamente, excusas para no pisar el barro. La piecita del fondo era grande como su casa, era de material (no como su casa) y estaba hecho un completo desastre. Buena parte de la pared de la derecha sostenía estantes de madera en los que se apoyaban decenas de frascos transparentes de todos los tamaños; Catalina recordó los frascos de conserva y de puré de tomates que su madre preparaba antes de irse al cielo con la abuela, de quien lo contaron que para su nacimiento trajo como regalo un pote de crema exfoliante y un babero. Sacó los frascos de a uno, los limpío, con todo cuidado los llevó afuera. Eran veintitres recipientes. Debía tomar una decisión y lo hizo. Allí nació la profesional, allí en ese acto de tomar la mejor decisión para el caso, sin que tiemble el pulso, deteniéndote a pensar en las posibilidades pero sin demorar el acto. Por contenido, por tamaño, por cantidad, por color, por frecuencia de uso. Tachó variables. Se quedó con la poca información que tenía: por contenido o por tamaño. Decidió que por tamaño, de menor a mayor, de arriba hacia abajo, porque es más facil bajar frascos chicos del estante alto. Secretamente, al subconjunto de cada tamaño de frascos, les dio un sub-orden de segunda escala, íntimo, menos evidente, pero fundamental para distinguir su trabajo de los demás. De izquierda a derecha, de arriba a abajo, quedó así:
  1. testículo*; 
  2. nuez; 
  3. ojo*;
  4. ojo*;
  5. tabique nasal (porción) y nariz (porcíón);
  6. oreja derecha;
  7. oreja izquierda y mechón de pelos;
  8. pene;
  9. meniscos (ambos);
  10. lengua con nervio hipogloso;
  11. coccyx y sacro;
  12. parte del radio;
  13. colección de nueve falangines de miembros superiores;
  14. peritoneo (porción) y mesenterio (porción);
  15. temporal derecho;
  16. tendón de aquiles (porción);
  17. lumbares (cinco);
  18. cervicales (siete);
  19. biceps crural derecho;
  20. cerebro y mechón de vello púbico;
  21. cráneo (sin temporal derecho);
  22. intestino (cuatro metros aprox);
  23. materia fecal (cinco kilos aprox).

    * En los casos de los ojos y del testículo, no fue posible la certeza izquierdo-derecho.

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